Se han cumplido 25 años del fallecimiento de José Russo Delgado, filósofo y maestro sanmarquino de prestigio, muy respetado por quienes fueron sus alumnos. Formó parte de una extraordinaria generación de filósofos que tuvo San Marcos. Fue la generación de los 50 que brilló por sus aportes, investigaciones y docencia, tanto en la Facultad de Letras como en otras facultades, porque también impartieron sus conocimientos en Derecho y Ciencia Política, en Matemática y ciencias en general.

En 1969, luego de haber estudiado mi primer año de Derecho en la Universidad de Deusto-Bilbao (España), me trasladé a San Marcos y, después de un examen que era obligatorio para los que habíamos estudiado en otros países, logré mi ingreso.

Como es natural, uno va haciendo amigos tanto en el aula como en el patio o en la cafetería. Allí encontré a dos: Guillermo Russo, embajador, y Hernán Ponce, contralmirante (r) del cuerpo jurídico de la Marina y mi compañero del colegio Maristas de San Isidro. Pero tuve la suerte de conocer a nuevos amigos, como , destacado diplomático que acaba de renunciar al cargo de embajador ante la ONU, Manuel Medrano García, docente de derecho laboral y financiero en la Universidad del Pacífico, Jorge Tupiño Elguero, pedagogo, abogado y especialista en filosofía política, Mario de la Fuente Balarezo, el menor de todos, lamentablemente fallecido hace un par de años, y Federico Valencia Tello que, por aquella época, estaba especializándose en ‘iuscibernética’ y que luego emigraría a Venezuela.

Por lo general, nos reuníamos a estudiar en diversas casas y una de las más frecuentadas era la de la Clínica Delgado, regentada por la señora Consuelo Delgado, abuela de Guillermo Russo. Sabía que Guillermo era hijo del maestro José Russo Delgado, a quien no conocía. Una de las tantas noches en las que estábamos reunidos, divisé la figura de un hombre que, dando unos pasos, empezó a saludar a todos muy educadamente. Cuando llegó hacia mí, me dio la mano y me dijo: “Hola, filósofo, ¿cómo estás?”. Me quedé desconcertado, pues yo no estudiaba filosofía, pero rápidamente me di cuenta de que me lo decía porque sabía que, al igual que su hijo, yo era hijo de un filósofo de su generación.

Chiclayano de pura cepa, Russo nació el 18 de febrero de 1917, el año de la Revolución Rusa. Miembro de una antigua familia de terratenientes, ingresó desde joven al Apra hasta 1954, cuando se retiró. Entonces, ya se había casado con Teresa Checa, piurana y aguerrida militante aprista, a quien traté con mucha frecuencia.

Russo pasó momentos difíciles debido a su activismo político, por el que sufrió tres destierros. Sin embargo, siguió estudiando en el extranjero, no solo filosofía, sino también humanidades, economía y derecho. En el caso del derecho, hizo una tesis titulada “Teoría de las instituciones y concepción existencial del derecho”; un trabajo poco conocido, pero recientemente editado.

Este libro es oportuno y adquiere vigencia ahora que en nuestro país las instituciones están sufriendo una crisis de legitimidad y credibilidad. En su obra, Russo nos presenta diversas definiciones de institución, pero afirma que la más usual de todas es aquella de “la propia cosa establecida y fundada”.

Políglota, fue traductor en inglés y francés en las Naciones Unidas, junto con otros reconocidos intelectuales y docentes, como Emilio Adolfo Westphalen, José Pareja Paz Soldán, José Encinas y Andrés Townsend Ezcurra. Enseñó en la Universidad de San Carlos de Guatemala y en el Colegio de México. Entre sus varios reconocimientos, cuenta con tres premios nacionales de cultura.

José Russo Delgado fue un humanista a carta cabal. La mayoría de sus obras gira en torno de los filósofos griegos, pero también tiene un texto de psicología muy bueno que puede considerarse una introducción sistemática a esta disciplina. También ha publicado sobre el filósofo hindú Krishnamurti, sobre el siempre polémico y discutido Nietzsche, y tiene un libro dedicado al pensamiento de Heidegger (“El hombre y la pregunta sobre el ser”).

De hecho, al Dr. Russo bien se le podría aplicar esta frase de Nietzsche: “La originalidad es una mirada crítica”.

Francisco Miró Quesada Rada es exdirector de El Comercio