"El maestro chotano debía ser consciente del enorme desafío que iba a encarar. Gobernar un país tan complejo y convulso es una labor titánica, llena de sinsabores y escasas recompensas". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
"El maestro chotano debía ser consciente del enorme desafío que iba a encarar. Gobernar un país tan complejo y convulso es una labor titánica, llena de sinsabores y escasas recompensas". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa)
Hugo Coya

Con frecuencia, los gobiernos y los congresos primerizos, como los niños, necesitan cierto tiempo hasta alcanzar la madurez. No se les puede exigir de la noche a la mañana hacerlo bien, más allá de demandarles, durante el aprendizaje, un mínimo de coherencia y provocar, con sus acciones, la menor turbulencia posible sobre el resto de ciudadanos.

De eso, lamentablemente, han carecido el presidente y el , ad portas de cumplir seis meses de gestión en tan solo diez días.

Era conocido que al primer izquierdista en alcanzar la victoria por la vía de las urnas le iba a tocar regir el país en un tiempo particularmente conturbado a raíz de la pandemia, el clima de polarización, las enormes expectativas que generó en sus votantes, entre otros factores.

Pero el maestro chotano debía ser consciente del enorme desafío que iba a encarar. Gobernar un país tan complejo y convulso es una labor titánica, llena de sinsabores y escasas recompensas, salvo que se trate de un granuja de aquellos, como hemos tenido de sobra a lo largo de la historia, que llega para espoliar las arcas fiscales o hacer pingües negocios.

No menos deplorable resulta la labor del Congreso. Numerosos parlamentarios parecen empeñados en una carrera suicida por adjudicarse el título del peor Parlamento de las últimas décadas. Y eso que la competencia resulta bastante dura dados los antecedentes.

Embestidas en contra de las reformas universitaria y de transportes, favorecimiento a la minería informal; gastos exorbitantes en viajes; invitaciones a personas antivacunas; parlamentarios que no quieren vacunarse; abrazos con el dictador nicaragüense; además de congresistas investigados por múltiples delitos forman parte de un largo rosario de entuertos que se vienen acumulando en medio año.

Si consultáramos a los seguidores de Castillo, ellos sostendrán, por supuesto, que el mandatario está cumpliendo sus promesas: mantiene la democracia, avanzó a pasos agigantados la vacunación –que no es poco–, al tiempo que fortaleció los programas sociales mientras la economía muestra señales de recuperación.

Si nos dejáramos llevar solo por las cifras macroeconómicas, el crecimiento durante el año pasado del país ha sido efervescente, superior a otras naciones latinoamericanas. Este mérito, por cierto, debe ser compartido con el gobierno del presidente Francisco Sagasti, el ‘efecto rebote’ tras el drástico retroceso del año precedente a causa del encierro pandémico, el mesurado manejo del Banco Central de Reserva y el ‘viento de cola’ que nos proporciona un incremento del precio de algunas de las materias primas que exportamos.

Pero según varias fuentes consultadas, dicho crecimiento que se luce orgulloso no continuará este año en parte por la paralización de varios proyectos, el incremento de los conflictos sociales y, en general, un contexto nacional e internacional menos propicio que tiene como telón de fondo el tercer año de pandemia con la virulenta embestida de la variante ómicron.

En el otro lado, se encuentran los opositores del Gobierno que han mantenido un discurso virulento, preconizando la catástrofe inminente, el hundimiento próximo del país, el fin de los tiempos, la llegada del apocalipsis. No sabemos si el vergonzoso traspiés de la semana pasada a su perorata del “fraude en mesa”, desechada finalmente por el Ministerio Público, amainará sus ánimos.

Sea como sea, una oposición tan desarticulada, tan carente de luces y brillo, ha permitido el surgimiento de un fenómeno raro en la política nacional: el Gobierno con sus decisiones y actos erráticos es su principal opositor, el más radical, el más encarnizado y el que le está haciendo perder respaldo popular, a decir de las encuestas.

Esto, gracias a la actitud timorata y zigzagueante del mandatario frente a los graves problemas nacionales; la pésima designación de personas para ocupar los principales cargos en el Ejecutivo; el protagonismo de cualquiera que pertenezca a su entorno, menos de él; la nula capacidad para comunicar los actos de gobierno; la escasa transparencia en el manejo de los asuntos públicos y la imposibilidad de crear un Gabinete Ministerial con figuras sin cuestionamientos.

Todo ello embalsamado por una andanada de graves denuncias que lo salpican con una velocidad pocas veces vista en un gobierno que recién se inicia y que nunca, o casi nunca, son debidamente aclaradas ni respondidas.

Así las cosas, la política continúa siendo un río infestado de pirañas, prodigándonos, como se ha vuelto costumbre, de sinvergüenzas, corruptos, pícaros de toda laya que buscan incrustarse en todas las esferas del poder. Hace años que ya no llama la atención que un político abandone con facilidad la crónica social para pasar a la policial o viceversa, parafraseando al escritor brasileño Mário Quintana.

Como no es posible volver en el tiempo, resta apenas medir los resultados de cada una de las decisiones tomadas porque, pasada la embriaguez del primer momento, sobreviene la resaca, aquel malestar que se siente después de cualquier borrachera, puesto que el alcohol, como el poder, nublan la visión, atrofian el juicio.

Claro que siempre se podrá menospreciar los análisis, los cuestionamientos por los desaguisados cometidos, apelando al dicho italiano “Del senno di poi son piene le fosse”, algo así como “de la sabiduría del después las tumbas están llenas”. Sin embargo, la situación es grave y no está para frases grandilocuentes ni un postureo hipócrita.

La mayoría de peruanos distantes de las grandes decisiones, pero que igual sufrimos sus consecuencias, debemos exigirle a la clase política que deponga sus apetitos durante esa andadura natural del iniciante en aras de la sensatez. El futuro del país está en juego y no podemos perder de nuevo un lustro de canibalización.


P.D. Mi solidaridad con Christopher Acosta, Jerónimo Pimentel y todos los periodistas que sufren persecución y acoso judicial.